Vacaciones
El doctor L. y su esposa mantenían una rutina
agria, muchas veces ríspida, lógica y acomodada.
Después de unas cortas vacaciones en Lamledzov,
su vida se transformó. Súbitamente gozaron del
retorno del amor. Volvieron a vibrar como en la juventud, amaron todo lo que se
cruzó, hasta a ellos mismos. A borbotones emergió el deseo de uno por el otro,
quizás con más fuerzas que en la adolescencia que los amarró.
La última noche de esas vacaciones, después
de disfrutar todo el día en el lago, Ema propuso al doctor mudarse a ese lugar milagroso:
—¡Querido, algo me pide que vivamos aquí,
cerca del lago! Su voz es amistosa, y está en el centro de mi cabeza invitándonos.
La punzaba internamente el
convencimiento de que en Lamledzov los esperaba la plenitud de la vida que
soñaron y que tal vez se merecían.
Al mes, una cómoda casa en el centro de
Lamledzov se había convertido en su hogar. Frente a esa casa, el consultorio.
Por las tardes, las caminatas por el
muelle los energizaban. Ema había dejado de sonreír simplemente, ahora reía a
carcajadas cuando el doctor hacía las bromas que nadie jamás hubiera sospechado.
Luego de la cena disfrutaban de una taza
de té y compartían recuerdos. Al llegar a la cama sus cuerpos irradiaban un
calor seco, áspero, poderoso y magnético que los unía, esa unión los agotaba y
transpiraban y gritaban y reían como cuando jóvenes.
La
tarde extraña
Ocurrió muy pronto a la llegada. Caminaron
un largo trecho por la costanera y se detuvieron a descansar en un banco de
madera. A sus espaldas, el lago. El agua golpeaba los botes amarrados muy cerca
de la costa; ese sonido producía calma y placer. Un hilo lejano de casas definía
el horizonte y daba fin a las aguas, la fusión con los árboles transmitía paz y
aclaraba el alma.
Ema
llevaba uno de sus mejores vestidos y el sombrero que adoraba. El doctor usaba
para salir a caminar su vieja remera a rayas, también su gorro y pantalones náuticos,
el bastón de madera resplandeciente siempre lo acompañaba.
Esa tarde Ema se quejó de un fuerte
dolor de cabeza. El doctor le regaló flores. Ella emitió un quejido, y su
mirada se petrificó. Desde ese día, Ema entró en el vacío. Ya no hablaba, parecía
no escuchar. Apenas se movía.
Durante largos y torturantes meses, el
doctor consultó con todos sus colegas. Inició muchos tratamientos, pero Ema no
despertó de su vacío.
Él contrató una enfermera que la cuidaba
mientras atendía a sus pacientes. Por las tardes, sacaba a caminar a Ema por la
costa del lago. Sentía que su energía también se drenaba, se sentía envejecer a
toda velocidad.
El pueblo que había revitalizado sus
vidas, de repente los hundía en una ciénaga indescifrable, desalentadora y
debilitante.
La
madrugada esclarecedora
Se produjo ya entrado el verano.
El doctor soñaba que una fresca
madrugada de verano alguien golpeaba muy fuerte a su puerta, no podía dilucidar
si estaba soñando o despierto. La robusta puerta de madera se estremeció ante los
golpes.
Saltó de la cama, corrió y la abrió, así
también culminaba el sueño que soñaba hacía unos minutos.
Al abrir la pesada y crujiente puerta,
una bocanada de frescura acarició todo su cuerpo. La rojiza negrura de la
madrugada delineó una silueta frente a él, a unos metros. El doctor escuchó un agudo
murmullo muy fuerte en su cabeza, estaba mareado y confundido.
—Tranquilo, doctor —la voz de la silueta
le produjo algo—. Respire por la nariz, profundamente. Los sonidos se irán
enseguida. Cálmese, sólo quiero decirle unas palabras, pero cuando usted esté
en calma.
La silueta se acercó tres pasos, y el
doctor L. entró en el vacío. Experimentó cómo todo en su mundo interno se
aclaraba, sabía quién era esa silueta, sintió paz, pudo entender qué le sucedía
a su esposa. Conocía ese lugar como la palma de su mano, no tuvo miedo, alguien
lo llamó Guerrero-Viajero.
Acto continuo supo que se encontraba en un
intersticio dimensional. De repente estaba en Lamledzov, pero miles de años
atrás. A lo lejos, vio a Ema correr. Desde el cielo del lago rezumaba un sonido
aberrante, similar a un zumbido devastador. Descendía un grupo de grandes óvalos
luminosos, de colores que jamás hubiera imaginado, óvalos conscientes, que se
introducían en el lago. Alrededor, personas corrían.
Ese atardecer, el doctor L. vislumbró la
sensación del mal absoluto a través de sonidos en su cabeza, tal vez palabras y
el inusitado tormento punzante de la predación. Furtivamente comprendió que el ser
humano no es el fin de la cadena alimenticia y que existen infinitos seres con niveles
de conciencia superiores al hombre que se nutren de él.
Tuvo la sensación de ausentarse por un
par de horas, pero estaba parado en el umbral de su puerta, no habían
transcurrido más que un par de segundos.
El viento frío del alba lo sostuvo. En
la decreciente oscuridad, la silueta se había transformado en un hombre. Un
sacón largo y negro muy gastado, una barba extensa y canosa. Se apoyaba en un
bastón muy rústico, pero tallado. No parecía necesitarlo, tenía una contextura
atlética.
—Respire, doctor —oyó. Esa voz…—.Ya todo
está en calma ahora.
—Podía reconocerla. ¿De dónde? ¿Tal vez de miles de años
atrás? No pudo saberlo.
—Pase, por favor —balbuceó el doctor,
con un sabor metálico en la boca.
—No, doctor, usted debe venir a mi lugar: al final del camino, detrás
del pueblo, cuando algo en usted se lo diga o cuando recuerde.
El hombre le dio la espalda y comenzó a
caminar.
—Lo espero, doctor —dijo alzando la voz
y sin girar la cabeza—. Lo antes posible.
El doctor quedó atónito. Observó cómo
ese hombre misterioso se marchaba. Lo miró fijamente hasta que lo perdió de
vista. No podía explicarse lo que había vivido en esos segundos, y liberó un
llanto punzante mientras se cubría la cara con las manos.
Un estallido doloroso en su cabeza. Con ardor
y como un shock eléctrico recorriendo su columna vertebral, algo le transmitió
información:
Es
el momento de recordar doctor Estos seres viajan por el universo y se detienen
en cualquier planeta que ofrezca saciarlos Se alimentan de la energía liberada
por las emociones Se desplazan interdimensionalmente y se instalan en las
mentes Son parásitos Su estadía es corta sólo unos días para ellos miles de
años para el ser humano Y aunque hombres y mujeres poseen el suficiente poder
para vencerlos y continuar su camino de conciencia estos predadores ocultos
bajo la tierra o bajo el agua logran implantar su dominio en comunidades Un
grupo de humanos de cuerpo energético de configuración completa sostienen la
batalla contra esta invasión
En un desmesurado déjà vu, el
doctor recordó sus incontables vidas, cada una en una dimensión distinta,
siempre junto a Ema.
—¡Ema!—gritó, girando la
cabeza con una mirada fija, como perdida—. ¡Ema!
¡Esta vez, ella los encontró primero!
Ema estaba allí, junto a los
demás. Ahora él sabía cómo llegar a aquel sitio, y debía ir
a ayudarla. Apenas una pequeña porción del sol había traspuesto el horizonte. Apresuradamente
cerró la puerta con un potente golpe, el sonido hizo eco en las calles de
Lamledzov y seguramente llegó al fondo del lago.
Fantástico! Que profundidad!
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