Fotografía: Doctor Enrique Pichon Riviére

lunes, 8 de enero de 2018

Lamledzov





Vacaciones

El doctor L. y su esposa mantenían una rutina agria, muchas veces ríspida, lógica y acomodada.
Después de unas cortas vacaciones en Lamledzov, su vida se transformó. Súbitamente gozaron del retorno del amor. Volvieron a vibrar como en la juventud, amaron todo lo que se cruzó, hasta a ellos mismos. A borbotones emergió el deseo de uno por el otro, quizás con más fuerzas que en la adolescencia que los amarró.
La última noche de esas vacaciones, después de disfrutar todo el día en el lago, Ema propuso al doctor mudarse a ese lugar milagroso:
—¡Querido, algo me pide que vivamos aquí, cerca del lago! Su voz es amistosa, y está en el centro de mi cabeza invitándonos.
La punzaba internamente el convencimiento de que en Lamledzov los esperaba la plenitud de la vida que soñaron y que tal vez se merecían.
Al mes, una cómoda casa en el centro de Lamledzov se había convertido en su hogar. Frente a esa casa, el consultorio.
Por las tardes, las caminatas por el muelle los energizaban. Ema había dejado de sonreír simplemente, ahora reía a carcajadas cuando el doctor hacía las bromas que nadie jamás hubiera sospechado.
Luego de la cena disfrutaban de una taza de té y compartían recuerdos. Al llegar a la cama sus cuerpos irradiaban un calor seco, áspero, poderoso y magnético que los unía, esa unión los agotaba y transpiraban y gritaban y reían como cuando jóvenes.

La tarde extraña

Ocurrió muy pronto a la llegada. Caminaron un largo trecho por la costanera y se detuvieron a descansar en un banco de madera. A sus espaldas, el lago. El agua golpeaba los botes amarrados muy cerca de la costa; ese sonido producía calma y placer. Un hilo lejano de casas definía el horizonte y daba fin a las aguas, la fusión con los árboles transmitía paz y aclaraba el alma.
 Ema llevaba uno de sus mejores vestidos y el sombrero que adoraba. El doctor usaba para salir a caminar su vieja remera a rayas, también su gorro y pantalones náuticos, el bastón de madera resplandeciente siempre lo acompañaba.
Esa tarde Ema se quejó de un fuerte dolor de cabeza. El doctor le regaló flores. Ella emitió un quejido, y su mirada se petrificó. Desde ese día, Ema entró en el vacío. Ya no hablaba, parecía no escuchar. Apenas se movía.
Durante largos y torturantes meses, el doctor consultó con todos sus colegas. Inició muchos tratamientos, pero Ema no despertó de su vacío.
Él contrató una enfermera que la cuidaba mientras atendía a sus pacientes. Por las tardes, sacaba a caminar a Ema por la costa del lago. Sentía que su energía también se drenaba, se sentía envejecer a toda velocidad.
El pueblo que había revitalizado sus vidas, de repente los hundía en una ciénaga indescifrable, desalentadora y debilitante.

La madrugada esclarecedora

Se produjo ya entrado el verano.
El doctor soñaba que una fresca madrugada de verano alguien golpeaba muy fuerte a su puerta, no podía dilucidar si estaba soñando o despierto. La robusta puerta de madera se estremeció ante los golpes.
Saltó de la cama, corrió y la abrió, así también culminaba el sueño que soñaba hacía unos minutos.
Al abrir la pesada y crujiente puerta, una bocanada de frescura acarició todo su cuerpo. La rojiza negrura de la madrugada delineó una silueta frente a él, a unos metros. El doctor escuchó un agudo murmullo muy fuerte en su cabeza, estaba mareado y confundido.
—Tranquilo, doctor —la voz de la silueta le produjo algo—. Respire por la nariz, profundamente. Los sonidos se irán enseguida. Cálmese, sólo quiero decirle unas palabras, pero cuando usted esté en calma.
La silueta se acercó tres pasos, y el doctor L. entró en el vacío. Experimentó cómo todo en su mundo interno se aclaraba, sabía quién era esa silueta, sintió paz, pudo entender qué le sucedía a su esposa. Conocía ese lugar como la palma de su mano, no tuvo miedo, alguien lo llamó Guerrero-Viajero.
Acto continuo supo que se encontraba en un intersticio dimensional. De repente estaba en Lamledzov, pero miles de años atrás. A lo lejos, vio a Ema correr. Desde el cielo del lago rezumaba un sonido aberrante, similar a un zumbido devastador. Descendía un grupo de grandes óvalos luminosos, de colores que jamás hubiera imaginado, óvalos conscientes, que se introducían en el lago. Alrededor, personas corrían.
Ese atardecer, el doctor L. vislumbró la sensación del mal absoluto a través de sonidos en su cabeza, tal vez palabras y el inusitado tormento punzante de la predación. Furtivamente comprendió que el ser humano no es el fin de la cadena alimenticia y que existen infinitos seres con niveles de conciencia superiores al hombre que se nutren de él.
Tuvo la sensación de ausentarse por un par de horas, pero estaba parado en el umbral de su puerta, no habían transcurrido más que un par de segundos.
El viento frío del alba lo sostuvo. En la decreciente oscuridad, la silueta se había transformado en un hombre. Un sacón largo y negro muy gastado, una barba extensa y canosa. Se apoyaba en un bastón muy rústico, pero tallado. No parecía necesitarlo, tenía una contextura atlética.
—Respire, doctor —oyó. Esa voz…—.Ya todo está en calma ahora. 
—Podía reconocerla. ¿De dónde? ¿Tal vez de miles de años atrás? No pudo saberlo.
—Pase, por favor —balbuceó el doctor, con un sabor metálico en la boca.
—No, doctor, usted debe venir a mi lugar: al final del camino, detrás del pueblo, cuando algo en usted se lo diga o cuando recuerde.
El hombre le dio la espalda y comenzó a caminar.
—Lo espero, doctor —dijo alzando la voz y sin girar la cabeza—. Lo antes posible.
El doctor quedó atónito. Observó cómo ese hombre misterioso se marchaba. Lo miró fijamente hasta que lo perdió de vista. No podía explicarse lo que había vivido en esos segundos, y liberó un llanto punzante mientras se cubría la cara con las manos.
Un estallido doloroso en su cabeza. Con ardor y como un shock eléctrico recorriendo su columna vertebral, algo le transmitió información:
Es el momento de recordar doctor Estos seres viajan por el universo y se detienen en cualquier planeta que ofrezca saciarlos Se alimentan de la energía liberada por las emociones Se desplazan interdimensionalmente y se instalan en las mentes Son parásitos Su estadía es corta sólo unos días para ellos miles de años para el ser humano Y aunque hombres y mujeres poseen el suficiente poder para vencerlos y continuar su camino de conciencia estos predadores ocultos bajo la tierra o bajo el agua logran implantar su dominio en comunidades Un grupo de humanos de cuerpo energético de configuración completa sostienen la batalla contra esta invasión
En un desmesurado déjà vu, el doctor recordó sus incontables vidas, cada una en una dimensión distinta, siempre junto a Ema.
—¡Ema!—gritó, girando la cabeza con una mirada fija, como perdida—. ¡Ema!
¡Esta vez, ella los encontró primero!
Ema estaba allí, junto a los demás. Ahora él sabía cómo llegar a aquel sitio, y debía ir a ayudarla. Apenas una pequeña porción del sol había traspuesto el horizonte. Apresuradamente cerró la puerta con un potente golpe, el sonido hizo eco en las calles de Lamledzov y seguramente llegó al fondo del lago.








1 comentario: